The New York Times Entrevista imaginaria a Gabriel Jiménez Emán
New York Times –¿Cuál es su percepción del mundo actual?
Gabriel Jiménez Emán--Del mundo en general del que aspiramos los seres humanos tener el mando, digamos, la percepción que tengo es que estamos en un mundo amorfo, o por lo menos bastante absurdo tal y como lo hemos conducido nosotros los “humanos” hasta este momento. Aparentemente está montado sobre el dominio de una razón en el que la ciencia ha avanzado enormemente y su tecnología también, aunque esto no ha ayudado mucho a comprenderlo. Sabemos, a lo sumo, la manera en que funcionan ciertas cosas, pero no sus mecanismos internos ni sus fines últimos.
N.Y.T –¿Niega entonces los avances científicos alcanzados hasta ahora?
G.J.E.–No los niego, pero pongo en duda su relevancia cualitativa. Por un lado las cosas se facilitan en tiempo y velocidad, pero esos progresos no se traducen en una mejor calidad de vida para los ciudadanos. Estamos como inmersos en un espejismo de bonanza individual, de éxitos personales, pero al final hay una gran soledad, una gran carencia, sobre todo en el momento de comunicarnos cosas esenciales.

Gabriel Jiménez Emán, Cortesía del autor
N.Y.T –¿Cree usted que en siglos anteriores esa felicidad si existía?
G.J.E.–No lo sé, pero al menos había ideales, quimeras, sueños por alcanzar y una mayor profundidad psíquica en la naturaleza de los ideales humanos.
N.Y.T -Por ejemplo…
G.J.E.–Tome usted el caso del siglo diecinueve, por ejemplo. En ese siglo hubo un mayor desarrollo espiritual y mental que el que pudo o puede haber en los siglos XX y XXI. A través del ideal del romanticismo y de una visión profunda de la muerte se pudo dar vigor a los sueños sociales e individuales, también. En cambio en este siglo XXI la muerte no pasa de ser un asunto clínico, un problema físico, de dejar de existir en un momento dado, pero no hay una hondura metafísica en la muerte hoy por hoy, porque esta carece de peso específico para nuestra propia vida y no hay tampoco una reflexión seria sobre ella, sobre lo que ésta puede significar para nuestra existencia colectiva, eso que se ha dado en llamar sociedad, pero ya casi ni existe, es casi un eufemismo, una virtualidad…
N.Y.T –¿No significa entonces nada…?
G.J.E.–Si no se reflexiona sobre ella tampoco se puede entender sobre el por qué existimos, pues ella contiene buena parte de los dilemas que no hemos logrado resolver, éstos han sido aplazados y postergados indefinidamente. Se han hecho avances en materia de salud y medicina, por ejemplo, pero esos avances se han desviado hacia un mercantilismo desbocado, que se observa en el auge de la industria farmacéutica, pongamos por caso, una industria muy poderosa, porque pretende incluso controlar la salud mental de las personas. Por otro lado vemos cómo se juega con la muerte en las religiones monoteístas, donde se nos dice que la muerte tiene más trascendencia incluso que la vida misma, hay en este caso un enfrentamiento absurdo con la vida, y todo ello para justificar la existencia
de determinados dioses, o de un solo dios absurdo que nos espera en un reino eterno. El catolicismo ha sistematizado esta idea de la muerte, creando para ella determinadas atmósferas y hasta ciertos rangos burocráticos. Es algo muy curioso.
N.Y.T –Usted hablaba de los románticos…
G.J.E.–Bueno, el romanticismo en cierto modo reacciona contra la idea católica de la muerte, creo yo, creando un universo de sensaciones nuevas, sensaciones de liberación,para ir en busca de otras intuiciones, no para darle respuestas a problemas prácticos, sino para o romántica y la novela fantástica lograron ponernos por encima del mundo práctico de la razón que se imponía en las academias, una razón a la manera de Descartes, Kant o Hegel. Contra este tipo de razón reaccionaron Kierkegaard, Schopenhauer o Nietzsche, y por ello hoy aún tienen tremenda vigencia, justamente por su contenido espiritual y artístico de liberación que había en estos filósofos.
N.Y.T -Usted afirma que Nietzsche está vigente…
G.J.E.–Sí, creo que sí, es un filósofo inagotable precisamente porque es un artista que piensa… sus ideas perduran en otros filósofos y escritores como Kafka, Sartre Camus y Cioran que tienen vigencia hoy, creo yo…pero también perdura en la literatura, porque escribe con una prosa extraordinaria, es un poeta y un provocador… No olvide usted que Nietzsche siempre abogó por una filosofía del futuro, y “Más allá del bien y del mal” es un ejercicio de filosofía que todavía no ha sido superado justamente por el tremendo temor que se le tuvo y se le ha tenido siempre a las verdades de Nietzsche…
N.Y.T –¿Más que Marx?
G.J.E.–Sí, claro, porque el marxismo es una filosofía económica, una filosofía materialista de la realidad, que explora con mucha verdad una buena parte de los problemas económicos que sufrimos, sobre todo en lo referente a la explotación del trabajo en la sociedad industrial, pero no lo explica todo. El marxismo no contempla la fuerza metafísica, la fuerza interior humana, la fuerza cósmica del hombre. Además Marx casi no tiene humor, su capacidad de ironía es reducida, excepto cuando habla de la hipocresía y la crueldad burguesas, es justo cuando resulta muy irónico… es curioso pero hacia Marx se ha creado una especie de seudo religión, de culto ideológico que tiene algo de religioso…
N.Y.T -¿Y qué filosofía lo explica el mundo?
G.J.E.—Hay intentos, por supuesto, siempre son intentos. Pero tenemos hoy un problema mayor: las ideologías han devorado todos los discursos: el discurso de la historia, el de la cultura y el discurso de la verdadera política, todos han sido absorbidos, o más bien tragados y escupidos por el discurso ideológico, que en el fondo es una apariencia, una máscara… El discurso postmoderno también intentó explicar las cosas, haciendo la crítica de la modernidad. Pero la posmodernidad no es sino otra modernidad disfrazada, contiene ella misma el germen que la destruye. Pero hay un lado bueno de la modernidad, el que incorpora al legado popular, incorpora a la cultura de la calle e incorpora el azar. Y es en la calle y en el azar donde se encuentran las verdades, y no en los lugares confortables del conformismo pequeño burgués. Hasta el mismo romanticismo es moderno por esta razón, porque sigue vigente, como aquel monstruo creado por Víctor Frankenstein en la novela de Mary Shelley, un monstruo creado por el hombre paradestruir al hombre. Baudelaire creó unas flores del mal; Poe creó una poesía espectral y Lovecraft creó el horror cósmico del siglo XX desde la cultura popular. Pero está también la modernidad democrática de Whitman, que es una utopía moderna, una utopía que ya había sido atisbada por los prerrafaelitas en Inglaterra, por William Morris y Dante Gabriel Rossetti; luego están la modernidad vampírica de Bram Stoker y la modernidad dandysta de Oscar Wilde; la modernidad es como un monstruo de mil cabezas que puede morir aquí hoy, y renacer mañana más allá.
N.Y.T –¿Y lo moderno dónde está hoy?
G.J.E.–Pues no lo sé, puede que esté oculto tras el poder tecnológico, escondido dentro de la maquinaria bélica o de la maquinaria mediática como una especie de Leviatán, no lo sé. Allí la modernidad tiene a la humanidad en vilo, convertida en un nuevo monstruo invisible.
N.Y.T –¿Y la filosofía hoy cómo anda?
G.J.E.–Hay una filosofía académica que se reduce el ámbito exclusivamente universitario, y no tiene casi contacto con la calle; pero por otro lado vemos a un filósofo como el esloveno Slajov Zizek, muy interesante, que dispone del cine como relato de análisis y del psicoanálisis como método para mostrarnos ejemplos claros de cómo opera la ideología, y en esto acierta, creo yo, pues desmonta con tino los espejismos del poder, usa a veces al cine, que es quizá el relato principal y más complejo de los relatos contemporáneos. Zizek desnuda la realidad política y social con ejemplos tomados de películas y emplea también elementos del marxismo. Lo que me gusta de él es que lo hace con desenfado, con naturalidad, se desborda, no hace concesiones. Así lo hizo Nietzsche, lo hizo Marx y lo hizo Cioran. El tipo se las trae.
N.Y.T –¿Y en América latina?
G.J.E.–Bueno, América es nueva en esto, pero también desde aquí se ha intentado comprender, sobre todo a través de la obra de estadistas y luchadores tácticos como Miranda y Bolívar. Después tenemos pensadores como Simón Rodríguez y José Martí; tenemos a José Enrique Rodó, en ellos comienza a tejerse un pensamiento propiamente americano, que se fragua cuando se comienza a pensar en nuestras propias naciones, naciones nuevas, y por eso se dice que es una filosofía de urgencias, una filosofía que se teje mientras se lucha en los campos de batalla para lograr una independencia. Pero ya todo eso ha desaparecido, lamentablemente. Después tenemos tendencias como el humanismo, el positivismo, el marxismo y el cientificismo –que darían algunas de ellas origen al americanismo–; incluso tenemos también a un nuevo escepticismo, que es muy importante. Pero de todos modos aquí no ha podido formarse un pensamiento propio, porque aun dependemos de los parámetros europeos, sobre todo de Francia y España, y eso es natural. Aquí se ha hablado incluso de una “raza cósmica”, –creo que fueVasconcelos, no recuerdo ahora– ha habido rebeliones de todo tipo, rebeliones importantes que han sido sesgadas por la historia oficial, son revueltas sociales de distinta naturaleza, rebeliones de indios, de negros, de campesinos, de mestizos, y hasta de mantuanos, donde queda expresada una filosofía de la vida, pero han pasado inadvertidas precisamente debido a la supremacía del discurso occidental.
N.Y.T –En cada país americano hay por lo menos un pensador o un artista que se
distinguen…
G.J.E.–Sí, claro, tenemos a Bello, a Miranda, a Bolívar, Martí, a José Carlos Mariátegui, a Eugenio María de Hostos, a Juan Bautista Alberdi, a Darcy Ribeyro…, ha habido una constelación de filósofos americanos de mucha importancia en cada época, incluso algunos de mayor relieve que en Europa…pero ya nadie quiere acordarse de ellos.
N.Y.T –Sin embargo, las cosas en América Latina no mejoran….
G.J.E.–Sí, lo que quizá ocurre con América Latina es que le ha tocado una clase dirigente muy mediocre, una peor dirigencia política no puede haber; los políticos aquí surgen de la nada, de meras campañas electorales y publicitarias, son improvisados, no estudian, no tienen capacidad suficiente, ni amor por lo que hacen… El modo más sencillo de enriquecerse hoy es a través de la política oportunista, casi todos trepadores, financiados por consorcios, manipulados por terceros. Es raro ver en nuestros países a gobernantes capacitados. Pero claro, este no es un fenómeno exclusivo de América Latina, aunque aquí sea más acentuado. En las últimas décadas usted ha visto cuál ha sido la dimensión de esta debacle política a escala mundial, donde los partidos son débiles, sin solidez de ideas ni convicciones humanistas. Y esto se agrava con los problemas de la droga y de la violencia institucionalizada, los asesinatos de líderes populares, los paramilitares. Además contamos una tremenda tradición improvisación para hacer las cosas, casi no se planifica nada, no se toman previsiones a tiempo, no se mira a futuro, sino siempre a un inmediatismo que nos está haciendo mucho daño.
N.Y.T –¿Por qué ocurre esto?
G.J.E.–Las razones son muchas; pero lo cierto es que los Estados y sus burocracias han estado creciendo desproporcionadamente, se han desligado de las ideas generadoras del pueblo, de los aportes de las comunidades raigales; entonces tenemos a un puñado de políticos profesionales que no saben nada de política, pero son expertos en negocios turbios, hijos de una maquinaria de pura propaganda e intereses creados…
N.Y.T –¿Puede darnos ejemplos?
G.J.E.–Serían demasiados y muy cambiantes, pero en todos está presentes la burocracia, corrupción, costo social, economías paralelas, mafias, ineficacia, empresas fantasmas,complicidades automáticas, especulación inmobiliaria, concentración de capital privado o capitalismo de estado, etcétera, lo demás usted lo sabe.
N.Y.T –¿Y dónde quedan el arte y la filosofía?
G.J.E.–En ninguna parte, casi. Como meros adornos académicos o elementos extraños de unos cuantos locos que se dedican a hacer cultura… o algo así.
N.Y.T –¿Entonces no hay salida?
G.J.E.–Sí, quizá la de seguir reinventando la vida personal, alimentándola siempre con nuevas obras y maneras distintas de ser. Aquí la poesía sería un elemento fundamental; pero no la poesía considerada sólo como un puñado de versos hermosos y elevados, sino la poesía como una herramienta espiritual y mental de primera magnitud.
N.Y.T –¿Y la filosofía?
G.J.E.–En la mayoría de nuestras escuelas superiores se piensa que la filosofía se reduce a impartir clases sobre historia de los sistemas filosóficos o sobre grandes pensadores occidentales, o a tener una relativa erudición acerca de estos temas; pero el verdadero filósofo siempre está interpretando el presente, debe ubicarse en el presente y desde ahí originar una reflexión que nos ayude a comprender el mundo.
N.Y.T –¿Y el arte?
G.J.E.–La reflexión del arte es sensible. Es más completa porque implica comprender el mundo desde la sensibilidad, desde la armonía y desde la unidad, y también desde la crisis o la fractura de esa belleza o de esa armonía, lo cual implica una reflexión sensible más completa. Ahí tienes, por ejemplo, a Shakespeare, que es un dramaturgo que reflexiona desde diálogos que son poesía, desde unos personajes que proyectan sus conflictos, pero a la vez nos hacen conocer diversas épocas y los dilemas y sentimientos de determinada época. Shakespeare es un ejemplo de cómo puede un artista comprender el mundo desde los sentimientos, y éstos comportan una filosofía y una poética a la vez. En cada época tenemos genios como éstos ya sea en novela, en cuento o en poesía, teatro o ensayo, tenemos a Cervantes y a Montaigne y tenemos a Joyce, y en América Latina tenemos a Carpentier, a Asturias, Cortázar, Fuentes, Gallegos, Borges. En la pintura ocurre lo mismo, y en la música. Mientras oímos música reflexionamos sobre la vida y el mundo, aun cuando no lo deseemos, eso va mucho más allá del pensar puro al que aspira la filosofía tradicional, creo.
N.Y.T –¿Y la religión?
G.J.E.–La religión es otro proceso, es un asunto de fe o de creencia en una deidad superior, en algo que rebasa lo humano y lo animal y se coloca por encima, o más allá de nosotros. Casi todas las sociedades han tenido sus dioses, unos dioses que se expresan a través delas fuerzas originarias de la naturaleza, o a través de acontecimientos históricos protagonizados por hombres y mujeres, y esos acontecimientos suelen tener una conexión con las fuerzas naturales y con los animales, son fenómenos que están en conexión permanente. Creo que hoy por hoy esa conexión se está perdiendo, sobre todo porque los seres humanos nos hemos organizado de tal modo que estamos asesinando el planeta, estamos minando su ecología. Antes no existía esta noción de destrucción del planeta, esto no apareció sino hasta el capitalismo avanzado, cuando la sociedad industrial avanzó hasta un punto tan acelerado de crecimiento, que su producción material y serial contaminó aguas, aire y tierra y entonces ha aparecido este flagelo del ecocidio del planeta, que según parece es indetenible.
N.Y.T –Usted ha estado motivado por la literatura de ciencia-ficción.
G.J.E.–Sí, es una literatura que me atrae. Sin embargo, creo que hoy ya no es necesario escribir ciencia ficción porque la estamos viviendo, estamos sembrados en un momento en que la realidad ha superado a la ficción, y la tecnología se ha sembrado en la mente humana como nunca antes, para alienarla y limitarla, aunque parezca lo contrario.
N.Y.T –¿De veras cree eso?
G.J.E.–Sí, me siento incapaz de escribir ciencia ficción…tenía por allí un nuevo proyecto de novela, pero lo he abandonado… en el fondo, la ciencia no ha servido para mejorar las condiciones de vida de la población, porque la avaricia del desarrollismo material ha acelerado el proceso de destrucción del planeta; poco se puede hacer al respecto para detener esto; mientras mantengamos este modelo de crecimiento y de desarrollismo material indetenible, a toda costa, que se identifica con el progreso.
N.Y.T –¿Tan grave lo ve?
G.J.E.–La política profesional se niega a tratar estos asuntos en profundidad, se les posterga indefinidamente. No hace falta ser un experto en catástrofes para darse cuenta del desastre que estamos viviendo, una cosa consecuencia de la otra: la catástrofe política y la catástrofe ecológica. Tampoco soy ingenuo: siempre ha habido guerras y siempre las habrá. Pero antes las guerras se libraban con honor, había reglas de juego y códigos de ética que se respetaban de lado y lado, cosa que no existe hoy. Lo que existen hoy son ventajas ideológicas provenientes de las finanzas y de la acumulación de dinero en las nuevas arcas: los bancos. Es absurdo que ahora los bancos y los grandes trusts y corporaciones manejen el honor de los estados y de las naciones como si se tratase de juguetes, de marionetas. A esto me refiero. Pero estoy seguro que algún día el arte y la literatura se regenerarán, lo harán en un futuro no muy lejano, y recobrarán el lustre y el honor que han perdido. A veces el arte se considera una especie de mercancía sofisticada, mercancía intelectual para justificar un determinado status. Nos hacemos llamar personas “cultas” sólo por tener colecciones de libros o cuadros que no son más que marcas deprestigio, que le hacen el juego a una estructura de poder cimentada en alianzas tácitas entre instituciones amorales.
N.Y.T –Las religiones hablan de la esperanza…
G.J.E.–Sí, claro, esa es la función de las religiones: generar esperanza a través de la fe. Pero a menudo esa esperanza está ubicada en otro mundo, más allá de la vida conocida. Por cómo van las cosas, me parece que tienen razón.
N.Y.T –¿Cómo percibe a la literatura en la actualidad?
G.J.E.–Me considero un escritor del siglo XX y no del XXI, porque me formé en el XX y así me siento. Creo que los dos últimos grandes escritores europeos del siglo XX fueron Ítalo Calvino y José Saramago, quienes sintetizaron lo mejor al final de ese siglo. En América Latina tenemos a Carpentier, Borges, García Márquez, y grandes poetas: Darío, Neruda, Vallejo, Huidobro, que marcaron épocas completas. Nací en plena mitad del siglo XX y viví plenamente la segunda mitad, en medio de las vanguardias históricas y los movimientos contraculturales, el jazz y el rock, el surrealismo, la anti-poesía y todo eso, lo cual para mí fue algo muy grande, me marcó para siempre. Aquí en Venezuela, mi país, hay grandes escritores también. Me considero afortunado de haber conocido tantos escritores extraordinarios, de quienes recibí lecciones de vida y de poesía, que me han nutrido toda la vida. Desde mi propio padre Elisio Jiménez Sierra, que fue poeta y ensayista, hasta un sinfín de escritores que conocí en Caracas, en Mérida y Barquisimeto, ya idos la mayoría de ellos, como Salvador Garmendia, Adriano González León, Orlando Araujo, Vicente Gerbasi, Francisco Pérez Perdomo, Hernando Track, y Pedro Francisco Lizardo, Víctor Valera Mora y Caupolicán Ovalles, Eleazar León, Reynaldo Pérez So, Luis Alberto Angulo, Elí Galindo y Luis Sutherland, Orlando Pichardo, Álvaro Montero, Gabriel Mantilla Chaparro, Ramón Palomares y Gustavo Pereira, Juan Calzadilla; a todos ellos he hecho un reconocimiento a mi manera. Me he nutrido de su amistad y de su palabra y también he tenido ocasión de reconocerles en la medida de mis posibilidades con ensayos, antologías, selecciones. También en otros países he hecho amigos que me honran con su afecto y su recuerdo, y son mi tesoro más preciado: Borges, Rulfo, Monterroso, Lezama Lima, Galeano, García Márquez, Cortázar. Después conocí a Vila Matas, a Rossi, a Piglia, a Pitol. En Cuba, Argentina y España he hecho grandes amigos, y también en Chile. Tuve grandes amigos por correspondencia, como Antonio Fernández Molina. Me hubiera gustado conocer a Octavio Paz. Los releo permanentemente. También me gusta mantenerme cerca de los jóvenes, pues siempre aprendo de ellos cosas nuevas, cosas sorprendentes.
Gabriel Jiménez Emán (Caracas, 1950) es un narrador y poeta venezolano. Algunas obras suyas serán editadas en los Estados Unidos por la Editorial Faber and Faber.
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