De riesgos, desastres, amuletos y otros cuentos de terror
Ante la fuerza de la naturaleza, todos somos vulnerables, y por eso, todos somos uno cuando se trata de salvar vidas o ayudar a una víctima.
Enrique Peña Nieto
Es de sobra conocido que no existen desastres naturales, sino desastres socialmente construidos; son producto de una exposición vulnerable [de la sociedad] ante una amenaza natural.
Sergio Puente, El Colegio de México.
Rosario Herrera, Michoacán. La tragedia, ya lo advertía el gran Aristóteles en su “Poética”, en el siglo iv a.e., sigue una curva infalible: 1) el destino, con su carga de herencia de los ancestros, el hilo de la vida y la muerte que hilan las Moiras griegas, las Parcas romanas y las Nornas nórdicas; 2) el reconocimiento, la anagnórisis, que exige leer los signos del camino para evitar la tragedia y 3) la Hamartía, el error fatal en el que se puede incurrir por desconocimiento (que no es ignorancia), pues se conoce pero se desconoce para poder caer en el error trágico. Todos estos momentos se cumplen en el siniestro terremoto del 19 de septiembre. No es increíble la repetición, ¡otra vez el 19 de septiembre!, sino la ceguera que no permite captar la herencia del pasado terremoto S19/1985, leer los signos del camino, por irresponsabilidad, cinismo, ambición, corrupción e impunidad, y cometer los mismos errores, por falta de memoria trágica e histórica.
Lorenzo Meyer, el prestigiado historiador y agudo analista político, ante los huracanes y terremotos recientes denunció y alertó sobre los “desastres anunciados”, que pueden ser no sólo previsibles sino hasta mitigables. Pero, en el trágico horizonte de este 19 de septiembre, como salió a luz pública y saldrán muchas más oscuridades, complicidades y trapacerías de los políticos que nos mal gobiernan, los soberanos y los medios de incomunicación que los justifican, para librar de responsabilidades a instituciones y funcionarios, pretenden aferrarse como siempre a calificar este terremoto de “desastre natural”, para echar un negro manto sobre todas las tareas que el gobierno debía haber realizado y no lo hizo, antes de decretar tres días de luto nacional y aplicar un plan de gobierno en tres etapas: dar apoyo a la población damnificada “salvar vidas”, elaborar un censo exhaustivo de los daños materiales y realizar la restauración y reconstrucción. Tres etapas en las que la primera está a cargo de la ya despojada ciudadanía; la segunda, en la que seguramente va haber manipulación electoral y la tercera que consiste en el negocio más grande imaginado: la “cuca boruca” de la ayuda internacional, el fondo para desastres y los depósitos bancarios de la ciudadanía a los dudosos bancos.
Sin embargo, este siniestro 19 de septiembre, marcado por el calendario azteca, cual poema de piedra, con su tiempo circular y mítico, su eterno retorno de lo mismo, expresa desde el fondo de la tierra madre (la siniestra Coatlicue, la de la falda de serpientes), lo que siempre está sucediendo: la megalópolis de 20 millones de habitantes es engañada por los amos de la ciudad, con alarmas que funcionan sólo como amuletos para dormir, pues suenan cuando comienza el sismo o los edificios se están derrumbando; a los empresarios inmobiliarios se les otorgan todos los permisos para comerciar con edificios sin ser calificados por profesionales sistemas de riesgo, que no debían de habitarse menos construirse más pisos sobre edificios ya dañados, que necesariamente se tenían que desplomar.
Estamos más preparados que en 1985, dicen todos los funcionarios del Peñato, y claro, con organizaciones especializadas que se dedican a desviar recursos, como Sinaproc, Conapren, Fonden, Fipreden, Fopreden, todas al parecer, para poder presupuestar y destinar recursos para la causa y echar mano de ellos, pero no para destinarlos a una política y cultura del riesgo, sin corrupción e impunidad. Vamos a ver cuántas responsabilidades se van a fincar después de este Desastre Anunciado. Tal vez ninguna, como en 1985. Que al cabo ya verán los amos cómo se las van a arreglar para poner un Fiscal a Modo, ahora que va a ser más necesario que nunca, pues hay que tapar ¡otra vez! hasta el magnicidio de las costureras, a las que sus amos no dejaron ni siquiera ensayar el simulacro del sismo de S19/1985, para no perder sus mezquinas ganancias.
Como dejó ver este siniestro segundo terremoto de septiembre 19, ni a Miguel Ángel Mancera ni a Enrique Peña Nieto les ha interesado evaluar riesgos, que ya estaban enfrente de ellos: edificios viejos, mal construidos, dañados o sensibles desde 1985; edificios nuevos mal construidos para multiplicar ganancias; alarmas que suenan cuando ya está el sismo e incluso al momento del desplome del inmueble, que fueron vendidas por Mancera a los capitalinos para que tuvieran dulces sueños. Pero, ¿acaso ignoraba que desde 1985 había muchos edificios con fallas y que no habían sido desalojados ni demolidos? Claro que no. Pero en la agenda de todos los gobiernos y de todos los colores nunca hay lugar para la cultura del riesgo y menos para políticas públicas, programas y presupuesto para dictaminar el riesgo y realizar las acciones necesarias y las obras pertinentes para evitar la tragedia.
Y, para colmo, además de concebir esta tragedia como un desastre natural, Enrique Peña Nieto no entiende que no entiende y por eso no aprende y deja a cargo de la milicia las tareas propias de los expertos y los topos populares, que sí salvan vidas por todo el mundo. No se ilustra ni en las películas hollywoodenses, como “El dormilón de Woody Allen, USA, 1973, donde la milicia a cargo del orden público o de cualquier desastre, destruye todo lo que toca, igual que en el “Enjambre”, de Irwin Allen, USA, 1978 (con Michael Caine), en la que el General del US Army, encargado de liberar a la población de una plaga de abejas africanas, no concibe una idea más inteligente su neurona militar que bombardear la ciudad de Houston, para exterminar el mortal enjambre y salvar América.
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