Carta a mi madre
Muy recordada madre:
desde hace mucho tiempo he deseado conversar con Usted. Preguntarle tantas cosas que se fueron acumulando en mi alma a medida que el tiempo transcurría presuroso. No me atrevía; ¿Cómo podría atreverme a decirle que me sentía menos hijo suyo que el resto de mis hermanos? ¿O que, en mi interior, me parecía como si le traicionase al decirle “mamá”, a otra señora? ¿Cómo decirle que me hizo falta su compañía cuando me sentía tan solo en aquella casa solariega – en la que reinaba la soledad – donde fui a vivir con mi tía? ¿Qué palabras usar para definirle los celos que sentía de mis hermanos cuando los veía abrazándola con tanta naturalidad, en el poquísimo tiempo que pasamos juntos? En fin, todo aquello pasó y uno se va acostumbrando a tomar la vida como viene… sin embargo hay heridas que es necesario curar. Sólo que no imaginé que sería por intermedio de estas líneas y separados por la distancia y el silencio ya que no por el olvido.
¿Cómo podría olvidar al ser que me dio la vida y todo lo que pudo?
Ni en mis más recónditos delirios se me ocurriría la más mínima pretensión de poner en duda sus actos; a Usted le tengo, como no podría ser de otro modo, el mayor de los respetos. Ha sido una madre abnegada y trabajadora. Sabe Dios todo lo que ha tenido que sufrir. La admiro por eso y por muchas otras cosas. Ha sabido estar a mi lado – ya de mayorcito – cuando me encontré en una de las varias encrucijadas en que me he visto envuelto. Pero lo que me sigue, como una sombra, son aquellos años. Los primeros. Los que uno pasa retozando en los brazos de su madre. Aquellos momentos de aprendizaje, de reconversiones… de calor maternal que me tocó carecer.
Después, cuando fui creciendo al lado de mis abuelos, dejé pasar irreflexivamente infinidad de ocasiones de estar a su lado… aún no entiendo bien por qué, espero que esta misiva me ayude a comprenderlo.
Lo único seguro es que me perdí de muchas cosas – creo que a los siete u ocho años empecé a tomar conciencia que tenía dos madres; mi abuela y Usted… no me percataba entonces que, en la práctica, no tenía ninguna – tengo, eso sí, la convicción que Usted ha sufrido tanto como yo, que me hayan arrancado de su lado.
Fue trágico llegar a conocerla cuando rondaba los seis años de edad y perderla de nuevo para volver a verla cuando ya frisaba tal vez los ocho, y después sólo esporádicamente; no fue esa precisamente la mejor manera de entablar una relación de madre e hijo.
Lo que me contaban mis abuelos – a guisa de explicación – era que ellos me visitaban cuando yo no cumplía aún el año de edad y me encontraban en un estado calamitoso al cuidado de mi hermana mayor – mientras Usted trabajaba para nosotros – y decidieron llevarme consigo. Nunca me convenció del todo tal razonamiento porque ellos no pensaron en el inenarrable sufrimiento que le ocasionarían a una madre que llega a su casa y se encuentra con la triste noticia que su retoño no está. Lo he pensado muchas veces. Pero no podía hacer nada. A esa edad un niño no opina, sólo se ve arrastrado por el curso de los acontecimientos que los adultos quisieron llevar a cabo. Decisiones que me marcaron para siempre pero que me es imposible juzgar de modo alguno. Las cosas se dieron así y la vida tomó su rumbo.
Apenas recuerdo verla llegar a casa de mis abuelos bien vestidita – no sabía que en esos momentos Usted peleaba mi custodia en los tribunales – y perfumada, a visitarme.
La veía entrar tímidamente, como si se sintiese una extraña… una intrusa; y yo no sabía que hacer. Nunca he sabido que hacer. Vivía confundido. Hubiese querido tener un impulso mágico – como se ve en las películas – y correr desaforado en pos de sus brazos y verme alzado y acogido en su regazo… sólo entonces desaparecería el desasosiego y el desconcierto y se acabarían los fantasmas que siempre me han perseguido. Pero yo no supe que hacer. Me quedé ahí nomas, mirándola tontamente.
Después los recuerdos se pierden en una nebulosa; creo que decidí quedarme con Usted y el Juez sentenció mi devolución… sólo que una vez más mis abuelos hicieron caso omiso y me llevaron con ellos… a los dos nos robaron la dicha de querernos. Nos quitaron la posibilidad de construir la maravillosa relación de una madre con su hijo.
Mamá: después de tantos años me sigue resultando un poco extraño llamarle así. De todos los títulos, este debe ser el más sublime y grandioso de todos. El sólo oír aquel nombre, uno ya sabe que es la palabra más sagrada de todas.
¿Se acuerda cuando empecé a decirle mamá?
Qué raro era llamarle por ejemplo, “mamá”. En realidad no sabía – como a los ocho o nueve años de edad – si debía decirle mamá a secas; lo que me resultaba un poco lejano… formal, o decirle “mami”, – emulando a mis hermanos – lo cual sonaba más raro aún; como si la palabra tuviese una connotación íntima – de los niños que toda la vida vivieron con su madre– que me era del todo ajena. No me hallaba cómodo… me parecía un “exceso de confianza”. De modo que opté por ir balbuceando un tembloroso “amá”, como solía llamar a mi abuelita, aquella dulce viejecita que tuve por madre pero que nunca llegó a reemplazarle.
Mamá, una palabra pronunciada con dolor y llanto inconmensurables cuando ya no se la tiene… sólo que en mi caso no es así.
¿Será posible que uno no pueda querer a alguien sólo porque lo desee?
Me quitaron la posibilidad de quererla con todo el amor de que es capaz un ser humano a su progenitora. Ese mismo amor que siempre es más pequeño que el de una madre por su hijo.
Quiero pedirle perdón si algo de lo aquí escrito le molesta. Si le he faltado el respeto de algún modo… o si no he podido quererla como Usted sin duda alguna se merece. He tratado de ser fiel a mis sentimientos y a la franqueza que me ha traído más de un disgusto. Tal vez es parte de mí la torpeza pero no puedo sustraerme a ella.
No puedo despedirme sin antes decirle que agradezco infinitamente haberme dado la vida.
Se me puede tachar de muchas cosas… de ingratitud, de infraternidad o insensibilidad… menos de decir lo que pienso y siento, aunque por ello tenga que pagar con todo el dolor que mi corazón es capaz de soportar.
Manuel Teyper
16 comentarios
muy real este capitulo lo felcitito por su manera de hacer llegar esto ala gente yo lo recibi de su mano hace unos dias y me parecio interesante por que tambien escribo
Estimado amigo Andres:
Gracias por su comentario. A mi madre y a mi nos robaron la oportunidad de querernos, porque uno no puede querer a alguien solamente porque lo desee. En vieme un comentario a mi correo y le enviaré más relatos y cuentos.
Estimado amigo Andres:
Gracias por su comentario. A mi madre y a mi nos robaron la oportunidad de querernos, porque uno no puede querer a alguien solamente porque lo desee. Envieme un comentario a mi correo y le enviaré más relatos y cuentos.
Hace unos meses compré en el Marsano 2 de tus obras, me gustaron hoy las encontré y las volví a leer y me gustaron mas. Esta Carta a mi Madre, es conmevedor. ¡Sigue escribiendo!
Gracias amiga Lida
Gracias por leerme y por tomar tu tiempo para enviarme un comentario. Carta a Mi madre, es exactamente algo que nos ocurrio a mi madre y a mi, pero ya paso. Nos ocurren cosas terribles, pero la vida es si misma una aventura efimera. Hasta pronto.
Sr. Rdriguez
le agradezco el que comparte este tipo de lectura y su carta me recuerda mucho a mi porque, yo perdí la custodia de mis hijos, siga escribiendo y compartiendo con nosotros !! gracias¡¡
Gracias por sus palabras, Alma, escribame a mi correo para tener el gusto de enviarle otras.
mteyper@hotmail.com.
Realmente es así como usted señor Manuel dice en esta carta, son los sufrimientos que se viven separado de una madre, a mi me paso que mi madre me dejo ir a los 6 años de edad a otro provincia y fue el error mas grande que hacen los mayores.-
Tiene toda la razón, estimada Natalia. Sin embargo, una vez »creciditos», debemos tomar la rienda de nuestras vidas, y entender. Entender que solo somos producto de las circunstancias… que debemos cambiar para nuestro bien y el bien de cuantos nos rodean. Un abrazo. Manuel Teypwer.
Estimada Natalia, tienes toda la razon en lo que dices y lamento lo que te ha ocurrido. Un abrazo.
Que hermoso compartir sus vivencias, por favor no deje de escribir, en la vida hay cosas agradable y desagradables, y todas nos dejan grandes experiencias, que fuerte su carta, pero a la vez maravillosa, gracias, que Dios le bendiga en gran manera.
Muchas gracias por tu opinión, Rosa Isela.
Un abrazo.
Buenas noches, me gusto mucho su relato, Me gustaría mucho saber escribir así, por que en este momento quisiera escribirle una linda carta a mi hijo que próximamente se va a casar con una mujer maravillosa pero no se como hacerlo, que me recomienda usted. Muchas gracias por la ayuda que me pueda brindar,
En espera de su grata respuesta.
Estimada Margarita:
Le agradezco mucho su comentario, y la animo a que escriba esa carta o mensaje para su hijo. Lo primero que se me ocurre decirle, es que escriba con el corazón. Es decir, sin detenerse a pensar si está bien escrito o no, si la ortografía es la correcta o no; eso viene después. Lo importante es lo que sienta. Si los deseos son buenos, la expresividad viene sola.
Un abrazo.
Manuel.
Manuel, hace unos días a la entrada del teatro Marsano obtuve tres de tus obras: La chica del violoncello, la breve autografía de un autor desconocido, y el cuento Una luz en la ventana. Te felicito y ojalá sigas llevando tu arte a más personas.
Saludos.
Hola Xavier:
Gracias por tus amables palabras. Envíame un mensaje a mi correo mteyper@hotmail.com, para tener el gusto de compartir contigo otros cuentos y relatos.
Un abrazo.
Manuel.
Deje su comentario